Sin esperanza, sin agonías.
Estoy abierta al mundo, pero cerrada a lo nuevo.
Contradictorio, ¿verdad?
Quiero pero no debo, debo pero no puedo y así, un bucle interminable entre la razón y el corazón.
Ya no queda esperanza (y ni quiero que vuelva). ¿Para qué? ¿Para volver a caer?
Ahora me dejaré llevar a donde me lleve el viento, ¡a perseguir estrellas!, ¡A CORRER ENTRE LA NIEBLA! O no sé, simplemente me dejaré llevar.
"-¿Rumbo?
-El que tomen mis pies.
-¿Destino?
-¡El que se deje caer!
-¿Y para qué todo este largo camino, mi capitán?
-¿Y por qué no, compañero?"
Definimos esperanza como el confiar en que ocurrirá o se logrará lo que se desea, pero ¿y si no ocurre?, ¿y si no se logra?, ¿para qué desear?
Acepta la vida con sus buenas y malas cosas -aunque estas últimas no gusten demasiado- déjalas pasar, déjalas que vengan y que te instruyan. Saca lo bueno de lo malo, lo malo de lo bueno. No planees una vida, no abraces a la esperanza, no te aferres a los sueños, no vivas en uno de ellos, porque al final te despertarás y no tendrás más remedio que caer sin saber como levantar.
¿Y todo esto para qué?
Al final no sirvió nada esa esperanza; no duró lo suficiente como para para mantenerte feliz en vida, o perdiste mucho tiempo viviendo en una mentira.
Porque sí, al fin y al cabo eso es la esperanza, un engaño a ti mismo, a ti y a los demás, a ti y a tu verdad. Una mentira con la que al final te chocarás.
Déjate llevar sin esperar nada de nadie, sin buscar la felicidad; que venga lo que tenga que venir, que se vaya lo que se tenga que ir. Porque por más que lo intentes justificar: "esperanza = engaño", una ecuación fácil pero, por más que la intento explicar, muchos no la entienden.