sábado, 23 de enero de 2016

Pobre Soledad.

Soledad.
Así se llamaba mi amiga.
A veces venía, 
otras se iba. 

Sonaba a silencio, 
a melancolía.
A una vida que no existía.

Mírala,
lleva encaje bajo la ropa.
Ella quiere amar.

Labios cortados,
ojos hinchados,
rodillas magulladas.

Soledad.
La recordaba lejana.
La notaba bajo mi piel,
erizando mis entrañas.

Ella ansiaba volar.
Y miserable muchacha,
ni siquiera se daba cuenta de que tenía las alas.

Soledad.
Así se llamaba mi amiga.
De piel fría, blanquecina.

Me susurraba temores.

Me obligaba a verle los ojos:
negros, cenizas, inviernos, dolores.
Me obligaba a darle la mano:
huesuda, afilada, aterciopelada, temblaba.

Me obligaba a estar con ella,
aunque fuese sinónimo
de cavar mi propia tumba.

Pobre Soledad, 
venía y se iba
y te entraban escalofríos
al ver su sonrisa.