lunes, 14 de noviembre de 2016

He aprendido.



A veces me pongo triste y lloro sin un supuesto motivo. Lloro por lo que no tengo, por lo que tuve y se ha ido.
A veces me enfado. No entiendo por qué todo pierde el sentido.
Me enfado y lloro y por último me río.
Me río porque me doy cuenta de que ya no vale la pena luchar por lo que no está en tu vida, por lo que no quiere estar en tu vida.
Por desgracia la familia no se elige, pero sí puedes elegir qué es lo que quieres aguantar de esa familia. Yo ya no quiero aguantar nada más, no quiero que forme parte de mi vida. Porque me hace más daño su mera presencia intermitente que su ausencia permanente.

¿Y sabes también lo que siento? Rabia. Mucho dolor. Porque no me cabe en la cabeza que se predique que la familia siempre está ahí y después me echen maldiciones a las espaldas, que cuando me miran veo el odio en sus miradas... Y tú deberías estar ahí para defendernos. Como padre, como sangre de mi sangre. Y lo que de verdad pasa es que tú eres el que aviva esa llama, el que da de comer a las fieras que habitan en sus almas.

Me duele ver como pagamos los justos por pecadores. Como nosotras, tus hijas, que no han hecho nada más que pedir amor y pedir atención, seamos malas de este cuento.
Me duele ver a que a mi hermana le aparten la mirada cuando pasa por al lado y más me duele ver que ella se resigne a no tener el amor que su padre le tiene que estar dando.

A mi ya me da igual no tener nada de él, es más no quiero nada de él. Me ha perdido. Aunque eso no quita que llore. Porque sí, lloro sin un supuesto motivo. Lloro por lo que no tengo, por lo que tuve y se ha ido. A veces me enfado. Pero bueno...

He aprendido.

He aprendido que aunque no puedas elegir tu familia sí puedes elegir a quién querer. Así que voy a amar a los que me aman, voy a estar al lado de quienes quieran estar conmigo, voy a ser el pilar de los que quieran ser sostenidos y voy a llorar al lado de aquellos que quieran ser mi fiel amigo.